Conquistaron trofeos y derechos. Jugaban contra hombres y les ganaban. Unas verdaderas cracks dentro y fuera de la cancha, que se juntaron después de 30 años para rememorar aquellas epopeyas deportivas.
Corre el año 1984. En Neuquén, y en casi toda la Argentina, el fútbol es patrimonio exclusivo de los hombres. Los varones son los dueños de la pelota y las mujeres, a lo sumo, espectadoras de los partidos de sus novios o maridos. Pero acá, en el corazón de barrio El Progreso, en la cancha del Kiosco Raulito, hay once mujeres a las que no les convence mirar. Ellas quieren ser protagonistas. Ponerse los cortos y salir a la cancha a demostrarle al mundo todo lo que saben hacer: tirar caños, taquitos y chilenas. Gambetear, hacerle un mimo a la pelota y clavarla al ángulo. Para mostrar todo este talento innato, se organizan y conforman las “Águilas Rebeldes”,