Hablar de Alberto Fritz, de Nito, como le llamábamos, de su obra, es casi una paradoja, porque si hay alguien que no necesita palabras es él. Dejó una autosuficiencia pura de palabras en su inmensa obra poética. A pesar de su muerte –parece mentira que estén por pasar seis meses de su partida-, de su joven muerte, ya que tenía 60 años pero era algo así como un Dorian Gray, aparentaba mucha menos edad y hasta que surgió lo inesperado se mantenía sano y ágil como un gato, Nito sigue siendo un cuerpo que aún respira en la altura de sus poemas, de sus versos, que nada tienen que envidiar de tantos otros grandes poetas que admiramos del país y del mundo. Fuimos privilegiados al tener aquí cerquita un poeta de ese nivel.
¿Quieren palabras? Vayan y léanlo, hay mucho.
Como dijo Liliana Campazzo, su amiga y casi una hermana, desde los 80 que la literatura era su casa, ya en su primer libro, Animal Sumergido, tenía poemas propios de un autor ya consolidado en su voz y en su profundidad.
Después de “Animal sumergido” (1989), publicó “Los juegos menores” (1991), “Fuegos” (1996), “Ecología del amor” (2001), “El lugar más iluminado” (2006), “Lo que queda del alba” (2017), “La canción de Tiresias” (2017), “Ahi detrás” (2017) y “Vienen de las islas” (2019), entre otros. Pero dejó mucho inédito que seguramente iremos conociendo en el futuro, otros de reciente edición, como El viento sopla en el espíritu que se presentó en la reciente Feria del Libro en Viedma, más otros próximos a ser conocidos.
¿Qué era la poesía para Nito?, una pregunta que trata de responder obsesivamente en versos de sus distintos libros:
En LOS JUEGOS MENORES es ese trazo que acompaña la noche, un pájaro en la noche, el poeta trama su boca pero queda ala, dice, con lo cual, la poesía supera al autor y nos lleva por otros caminos a los que trazamos.
En EL LUGAR MÁS ILUMINADO es la palabra que transmute al lector, que aunque sea algo enteramente propio del poeta, brinde cierta utilidad al lector, como el buen vino que redime en la desgracia.
En FRAGMENTOS DE UN DIARIO DE MAR el autor reconoce que es una tarea ardua crear un diálogo entre sordas palabras, y por eso desde ese espacio se regresa con dolor.
En FUEGOS, una plaqueta con algunos poemas de 1996 que después incluirá en un par de libros más recientes, afirma que hay que convertirse en poema viviente, un cuerpo algo leve, algo tierno, con el adelgazamiento propio de los que piensan, un poeta o un poema con huesos o palabras que si fueran quemados arderían en la noche apenas minutos.
En LO QUE QUEDA DEL ALBA es también el cuerpo abandonado a la voz poética, el cuerpo debe ser el perro tras el hueso de la palabra, no importa qué se ponga en juego, si el propio cuerpo paga esa búsqueda, porque el poeta ingresa al laberinto para ser Teseo o comida del Minotauro.
En AHÍ DETRÁS reconoce en una cita al pie que cree como Juan Rodolfo Wilcok que el poeta es aquel que percibe que su propia lengua puede ser una lengua muerta y el que trabaja no en el plano de la redención de esa lengua, sino que la explora como cuerpo mortal y frágil, como intemperie. Por eso en el poema dice que comprendió eso “a mil kilómetros de casa, en un pueblo oscuro, donde se escarcha la mano, y el lenguaje pide por un alumbramiento”.
En otro poema de ese libro afirma que no hay ganancia en la palabra, salvo “escuchar de a ratos una música y ser el exacto silencio que esa música precisa”.
En VIENEN DE LAS ISLAS invoca a las musas como un ciego literal, un no vidente de emoción; también dice que la escritura es una soledad incompleta. “El lenguaje no puede escapar a esa incompletud/porque nunca deja de optar entre cuerpo y espíritu:/el vaivén poético./Ahí termina el lenguaje y empieza la literatura”.
Su poesía está marcada por distintas características, primero fue un gran lector, esto que es común en todas y todos los escritores -somos lectores ante todo y eso nos motiva a escritor-, en Nito era algo más, una pulsión que lo llevaba a buscar su propia voz. Las y los autores que leía, poetas, narradores y pensadores, se constituían en la argamasa para moldear sus poemas y marchar muchas veces a lugares cuya ubicaciones se desconocen.
En algunos casos la economía del lenguaje, poemas cortos, por aquello de que la austeridad puede ser aplicable a la escritura, y como dice en un poema “poco es siempre mucho”.
Un ejemplo es este poema corto:
RETRATO
Deliberadamente recuerda
Que el viento sopla
Hasta en la vaciedad.
En el centro de su mano
Resplandece anochecer.
Sopló nevazón el papagayo
Y llega para contemplarse.
“…el viento sopla/ hasta en la vaciedad”, dice el poeta. Todo es vaciedad. Un mundo de cosas inútiles nos llena de vaciedad. Al poeta entonces le basta la economía del lenguaje. Una pocas palabras que verdaderamente tengan sentido para seguir viviendo.
La economía y la profundidad también. Poemas cortos que son sentencias donde hurga en lo existencial, en aquellas preguntas que como un filósofo se haría el primer hombre.
Hay un poema corto en AHÍ DETRÁS que dice:
Amor: síntoma agudo de desprotección.
El alma desnuda
Busca en el cuerpo desnudo
La verdad gemela.
Miren cómo en este poema breve hay una profunda definición del amor. Por qué dice síntoma agudo de desprotección, porque la soledad es siempre profunda, se hunde en nosotros y choca con el fondo de nuestra partida. Sólo así se puede llegar a amar, sólo así se busca en el cuerpo desnudo la verdad gemela.
Hay también poemas más extensos, con metáforas tan sutiles como poderosas.
Por ejemplo GLAUCE
Siglos hace ya Glauce
que enamorado de ti,
yazgo en el umbral de oscuridad.
Esta patria se parece a la inmortalidad.
He visto por años a viajeros desplazarse
hacia el país de los sueños en busca de tu música.
Aquí dejaron frutas y bocados exóticos
que hace décadas ya no pruebo.
Son los años Glauce, el recuerdo que alimenta
la ignorancia, lo que me torna parte del tiempo
y algo parecido a los hombres.
Debiera ladrar o callar, pero he aprendido
un lenguaje casi humano para nombrarte.
Llevo en mí la dolorosa hybris,
y aunque pueda presagiar el paso de la nube,
duermo en la voracidad de tu vertical figura.
¿Cuál de todas las condiciones del alma
sopla como el viento en la verdad?
Así, parezco mover mi cola
pero son nacimientos
de una danza última y delicada.
Entro y salgo del deseo y te otorgo,
detenida, la belleza del cristal del aire.
No podrá el tiempo osar con su vacío
detener tu cítara, querida Glauce,
la música de sus cuerdas en tus manos.
Y acaso el infinito, que con la muerte
otorga la mitad de un sueño,
se suceda centauro, y yo, tu cuerpo.
Qué poema, Glauce, la citarista que enfermó de amores a un perro. El poeta es ese perro enamorado. De esa amalgama surgen versos que conmueven. Viajeros irán en búsqueda de su música, dejarán frutos y bocados exóticos, mientras el poeta, que yace en el umbral de oscuridad, alimenta su recuerdo con la imagen de su amada. Que a la vez es ignorancia de la no correspondencia.
“Debiera ladrar o callar, pero he aprendido/ un lenguaje casi humano para nombrarte”. Tal es la desmesura de ese amor. Me detengo una y otra vez en el verso: “¿Cuál de todas las condiciones del alma/ sopla como el viento en la verdad?” No hay azar en ese quedar pasmado. Ni el tiempo no tendría la osadía de detener la música de Glauce. Y el remate alcanza las alturas que seguramente lograba la cítara en aquellas manos femeninas: “Y acaso el infinito, que con la muerte/ otorga la mitad de un sueño,/ se suceda centauro, y yo, tu cuerpo”.
Otro poema MONO-PEZ VOLADOR
Somos el mono
Que busca el mapa perdido
Aullido en cruz
Hueso pulido.
Somos trabajo, corazón pedido de auxilio.
En la cartografía del olvido
Somos la nostalgia del Paraíso.
Mono-pez volador
Costilla-ojo de la Rosa de los Vientos.
Qué hacer con el árbol
Inventado y fuera de tiempo.
Mariposas de un infinito vedado.
Lo que vemos:
Lluvia en los ojos de aquellas mujeres
Lluvia en los lomos de los animales
Lluvia en el fragmento primigenio que no
Entenderemos.
Bonzo de látex anudado al misterio.
Somos una caja negra enterrada en el desierto
Las huellas de un cuerpo con instrucciones falsas
Cubierto por la sal.
¿Qué dice el que habla?
Dice la letra minúscula de su vida.
Dice: oh, soy el pasado reciente.
Somos el pasado reciente, el montaje de piedra
El sueño de unos dioses últimos
La dureza del tiempo
El reloj de arena.
Y no somos
Y rompemos
Como rompe en orilla la marea.
Este poema va hilando bellas metáforas sobre el transitar del género humano que a la vez es la no-historia porque, probablemente, siempre habrá una naturaleza o esencia que no se modifica y desde aquel mono o pez volador al pasado reciente de quien escribe y percibe en el racconto lo minúsculo de su vida seguiremos siendo “nostalgia del paraíso”.
No puedo dejar de mencionar además el tono spinettiano del poema, versos como “bonzo de látex anudado al misterio”, que no es casual, la música estuvo muy ligada a la poesía de Nito y lo motivaba como le pasaba con lo que leía.
Más o menos esto dije en un espectáculo actoral, poético y musical que se hizo en reconocimiento a fines de noviembre último en Carmen de Patagones. Como amigo que era hice algunas acotaciones personalísimas y terminé cantando con mi guitarra una cueca, bastante simple, que había hecho hacía muchos años y que a Nito particularmente le gustaba, siempre me pedía cantarla cuando nos juntábamos con los amigos. Se llama EL BÚHO:
Tengo un búho en mi cabeza
vive pensando
si basta con el amor
pa’ ir tirando.
Mi búho es bastante sabio
porque es muy viejo
bajo sus alas grises
guarda un secreto.
Guarda un secreto, sí
mientras yo duermo
que el amor como sus ojos
ve para adentro
para adentro, sí
y parpadeando.
Es la señal de los búhos
que están pensando.
El amor ve para adentro
mi búho piensa
sólo se reconoce
si hay quien lo sienta.
Y si se puede sentir
basta pa’ todo
puede la muerte acechar
en un recodo.
En un recodo, sí
de mi cabeza
mi búho tuerce su cuello
y me lo cuenta.
Y me lo cuenta, sí
que es necesario
para tener una cueca
donde contarlo.
Quizás Nito se identificaba con eso de que si se siente amor “basta pa’ todo”, incluso como para no temerle a la muerte y que pueda estar acechando en un recodo. Y un consuelo también ahora para mí, estar convencido que su principal pulsión -más allá de sus lecturas, de la sabiduría que por tantos libros cargaba en su cabeza, de la voz poética que había alcanzado- fue el amor – la palabra en sí misma fue un gran amor, así como sentirse correspondido en este sentido, con su pareja, con sus amigas y amigos, sus pares de la región que tanto lo apreciaban- y con esa hermosa carga la muerte que lo alcanzó -ese animal pendenciero y altanero como lo definió Violeta Parra- fue como un último asombro, eso que solía buscar y encontrar en los buenos libros.