El primer debate televisivo en la historia Argentina no estuvo protagonizado por candidatos presidenciales. El canciller radical Dante Caputo y el senador peronista Vicente Saadi se midieron durante más de dos horas, el 14 de noviembre de 1984, diez días antes de que los argentinos votaran en un plebiscito sobre el tratado de paz con Chile por el conflicto del Canal de Beagle.
El primero reivindicaba el acuerdo como el mejor que se podía alcanzar. Se basaba en una propuesta del papa Juan Pablo II realizada en 1980 y dejaba para Chile las tres islas en disputa. El peronista, en cambio, acusaba al gobierno de traición a la Patria por relegar soberanía.
Dante Caputo, el canciller, reveló tiempo después: «Luego de la primera semana de gobierno, Alfonsín me llamó a la Casa Rosada y me dijo: ‘Esto hay que resolverlo en el más corto plazo. Así que métale con esta cuestión'».
El tema era muy delicado. Existían demasiados obstáculos. El conflicto era de larga data, la Guerra de Malvinas era una herida abierta, y a todo eso había que sumarle errores diplomáticos de consecutivos gobiernos argentinos y laudos arbitrales negativos para el país.
Con el decreto 2.272 de julio de 1984, Alfonsín determinó una consulta popular para la aprobación de tratado de límites con Chile en la zona del Canal de Beagle de acuerdo con el resultado de la propuesta de la mediación papal.
El peronismo no veía con buenos ojos este acuerdo. Aunque lo que más le molestaba era la popularidad de Alfonsín. Hablaban de entrega, de soberanía y hasta de traición. Vicente Saadi, senador por Catamarca y jefe de la bancada opositora, acusaba en público a Dante Caputo de traidor a la Patria. Éste contestaba que lo invitaba a debatir argumentos frente a toda la población. Inesperadamente Saadi aceptó. En ese momento solo parecía una bravuconada mutua que no terminaría en nada. Pero Bernardo Neudstadt, principal periodista político de la televisión desde hacía años, aprovechó la ocasión. Organizó el encuentro de inmediato.
El debate se realizó diez días antes de la Consulta Popular. Las tres islas del Beagle quedarían para Chile, pero Argentina lograría reconocimiento de una zona de Mar y se mantendría el principio de que el Atlántico para nuestro país y el Pacífico para Chile. La consulta no era vinculante pero un triunfo masivo de alguna de las dos posturas sería imposible de desconocer. Se votaba «Sí» o «No». Sólo dos boletas cortas que indicaban la postura de cada uno frente al Tratado de Paz y Amistad a firmar. Alfonsín se comprometió a respetar el resultado.
En los días previos, las encuestas mostraban que el «Sí», la postura oficial, estaba adelante, pero la ventaja no era demasiado amplia. Y el dato que más inquietaba era que habría un enorme porcentaje de abstención, ya sea a través del voto en blanco o por no concurrir a las urnas. El peronismo, principal partido opositor, en su gran mayoría impulsaba la abstención, o directamente el voto en contra. Aunque algunos de sus dirigentes, en especial gobernadores como Carlos Menem, estaban a favor de aprobar la propuesta.
La noche del jueves 15 de noviembre de 1984 fue la elegida para el debate. Lo emitió Canal 13 pero cualquier emisora del país podía tomarlo sin costo. Duró algo menos de dos horas y tuvo un rating fabuloso.
El primer turno fue para el senador catamarqueño que abogaba por el «No». Acomodó sus papeles y comenzó a leer. Nunca levantó la vista ni miró a la cámara. El contenido era una mezcla de arenga nacionalista y agravios contra el canciller. Afirmó que se trataba de la peor derrota diplomática argentina en lo que iba del siglo, que el Tratado era una verdadera acta de rendición.
Caputo tomaba apuntes, fumaba y escuchaba con rostro inmutable. La voz de Saadi adormecía, parecía más un sermón, con ritmo y tono intranquilo.
El Senador se excedió en su tiempo de exposición. Sería una constante. Ni una vez respetó esa regla. Cuando le tocó el turno al canciller su exposición fue lo opuesto. Habló siempre a cámara, dirigiéndose al público y fue contestando los agravios e imputaciones de Saadi: «El Senador Saadi va a tener que demostrarnos esta noche por qué aquí hay traición. Es una palabra bien grave, seria, profunda que debe mostrarse no con adjetivos sino con razonamientos». Luego desmenuzó los errores históricos en que había incurrido el catamarqueño.
En el segundo bloque debían intercambiarse preguntas y respuestas de no más de tres minutos de duración. De nuevo empezó Saadi. Leyó algo que no era ni una pregunta ni una respuesta. Caputo aprovechó su tiempo y le preguntó a Saadi en qué parte del Tratado decía algo que había afirmado el catamarqueño. Allí comenzó un segmento surrealista. Saadi se sorprendió al recibir la pregunta pese a que era lo pautado. Le pidió que la repitiera. De inmediato volvió a tomar sus papeles y luego de acusar a Caputo de no haber respondido su pregunta -que no había existido- se puso a leer otra cosa. Al llegar al final de una página que leía, no encontraba la siguiente.
Caputo a su turno, con elegancia, remarcó que era Saadi el que no había respondido. Continuaba el debate, y en momento el catamarqueño empezó a los gritos. Se quejaba con indignación que no le estaban respondiendo. Caputo miró a Neustadt, el moderador. «Perdón pero había unas normas», dijo imperturbable.
Todo siguió igual. Uno tranquilo y el otro desencajado. Saadi tuvo tiempo para dejar dos frases que se meterían de lleno en el habla popular. Para desacreditar lo que decía Caputo le gritaba (fuera de su tiempo de exposición) que lo que decía el Canciller era «pura cháchara». En otro momento, para acusarlo de que evadía una respuesta, le dijo que se iba «por las nubes de Úbeda”.
El debate tuvo un claro ganador. No hubo equivalencias entre los contendientes. Saadi era el pasado. Más allá de los argumentos de cada uno, los gritos, el tono exasperado, el no respetar las normas y la falta de solidez del catamarqueño, fueron determinantes para instalar la posición del gobierno en la opinión pública.
Teniendo en cuenta la enorme repercusión del debate, su éxito de rating y la disparidad entre los expositores no se debe descartar que tuvo una enorme incidencia en el resultado final.
Las encuestas antes del debate daban un panorama incierto. Tanto es así que el presidente Alfonsín se puso la campaña al hombro y aprovechó su arraigo en la gente y su descomunal talento de orador: «Este no es un problema partidista. El gobierno no pretende que los que votan por el SÍ estén de acuerdo con otras posturas del gobierno. No buscamos el apoyo del gobierno sino el futuro de los hijos de la Argentina». Puso en agenda dos grandes temas: la paz y la democracia.
La votación fue un éxito para el gobierno. Hubo más de un 73% de presentismo pese a no ser obligatoria. El «Sí» arrasó con el 81,5% contra 17% y menos de 1.5 % de votos blancos y nulos. En Catamarca, tierra de Saadi, el «Sí» ganó con un 95 %. En Tierra del Fuego y en Mendoza la victoria de la propuesta afirmativa fue más ajustada: al menos un tercio de sus habitantes se opusieron.
El Tratado debía ser aprobado por el Congreso porque la consulta popular era no vinculante. Se sospechaba que ante la contundencia del resultado eso sería un trámite. Pero en el Senado la mayoría peronista pretendía hacer valer su poder. El tratamiento se postergó varias veces. La oposición quería complicarle el camino a Alfonsín.
Finalmente, el Senado argentino aprobó el Tratado de Paz y Amistad con Chile que zanjaba una discusión centenaria. La votación se definió solo por un voto de diferencia.