A través de la paleontología han permitido tener un conocimiento científico sobre el pasado de nuestra región. Participaron de los hallazgos más impactantes de fósiles de dinosaurios y otros seres.
Uno de los máximos reconocimientos que tiene el mundo científico en la Argentina es el que todos los años otorga la Fundación Konex, en este caso a un equipo de cinco especialistas de la paleontología que han desarrollado su actividad desde hace mucho tiempo en la Patagonia. Especialmente, tres de ellos, han realizado hallazgos en la cuenca neuquina.
Se trata de las doctoras en paleontología Zulma Brandoni de Gasparini y Beatriz Aguirre-Urreta, además del también doctor en esa disciplina, Diego Pol. El total de cinco científicos reconocidos por su trayectoria en esta área lo conforman también los doctores Sergio Vizcaino y Fernando Novas, también por trabajos en la Patagonia.

Historias de vida
La doctora Gasparini fue especialmente activa en los descubrimientos y estudios sobre los primeros reptiles marinos jurásico-cretácicos en la Cuenca Neuquina y la Antártida: “Mi área de investigación predominante han sido lo reptiles marinos mesozoicos de América del Sur y el Caribe. Era un área de vacancia hace unos cuarenta años por lo que comencé a explorarla y hoy conformamos equipos interdisciplinarios de segunda y tercera generación, en los que los paleontólogos argentinos tienen posiciones relevantes”, afirmó.
Uno de los trabajos más destacados de la especialista es el descubrimiento en el área de Chacaico Sur, en Neuquén, de un “plesiosaurio jurásico de grandes fauces y altamente predador. Ese animal que habitó los mares que cubrían al menos la Cuenca Neuquina hace unos 160 millones de años, es el mejor preservado que se conoce hasta el momento en nuestro país y corresponde a un clado de pliosáurios no registrado aún en el Gondwana [NdeR antiguo bloque continental que incluye lo que hoy es Sudamérica]. El nuevo taxón, Maresuchus coccai, es el ícono del Museo de Ciencias Naturales de Zapala, museo que tuvo amplia participación logística para ese proyecto que lleva décadas”.
La doctora Gasparini eligió destacar entre sus muchos aportes a la ciencia los descubrimientos y estudios sobre “primeros reptiles marinos jurásico-cretácicos en la Cuenca Neuquina y la Antártida. Todo lo que se aportó fue nuevo no solo para la Argentina sino para el hemisferio sur y permitió incentivar nuevas exploraciones, las que a su vez dieron lugar a enfoques filogenéticos, paleo biogeográficos y paleobiológicos en los que participan hoy nuevas generaciones de discípulos”.
Es Licenciada en Zoología y doctora en Ciencias Naturales por la Universidad de La Plata, fue la primera paleontóloga argentina en ser incorporada a la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (ANCEFN), es miembro de la Academia Nacional de Ciencias y de The World Academy of Sciences (TWAS).
En el caso de Beatriz Aguirre-Urreta, realizó importantes aportes en bioestratigrafía de alta resolución sobre la base de robustos estudios taxonómicos de amonoideos de la cuenca Neuquina y descubrió su vocación cuando finalizaba el secundario. Se inscribió en Biología en la UBA, cuando aún no existía la Licenciatura en Paleontología —de la que años más tarde fue promotora— y, como amaba el mar, soñaba con emular al biólogo y explorador francés Jacques Cousteau. “Sin embargo, a lo largo de la carrera me costaban mucho los trabajos prácticos donde se manipulaban animales vivos y de allí surgió mi renovada vocación por dedicarme a la Paleontología, afición que tenía desde mi niñez”, sostuvo.
Cabe destacar que los amonoideos son animales marinos extintos que vivieron durante el período que va desde hace 400 millones de años hasta hace 66 millones de años. Tenían una concha en forma de espiral y se parecían a los calamares actuales. Sus fósiles son muy útiles para la bioestratigrafía porque evolucionaron rápidamente y se distribuyeron ampliamente por los océanos. Así, se pueden reconocer zonas o intervalos de tiempo basados en las especies de amonoideos que se encuentran en las rocas.
“Estos trabajos de amonites también han permitido calibrar con valores absolutos la edad de la Formación Vaca Muerta, de indudable importancia en su carácter de roca generadora de hidrocarburos extraídos con metodologías no convencionales”, manifestó. Es bueno saber para valorar el aporte de la doctora Aguirre-Urrieta que la carta cronoestratigráfica puede mostrar también información sobre los cambios climáticos, los eventos biológicos, las extinciones masivas y los movimientos tectónicos que ocurrieron a lo largo de la historia de la Tierra.
“Mis investigaciones basadas en extensos trabajos de campo en regiones alejadas, sin comodidades, muchas veces en situaciones complicadas, combinados con detallados análisis bibliográficos y morfológicos también son un aporte para generaciones futuras de cómo se debe trabajar en ciencia, construyendo ladrillo a ladrillo, siempre en equipo, sin nunca bajar los brazos”, detalló.
Aguirre-Urreta es Investigadora superior del CONICET, profesora emérita en la UBA, ha publicado más de 110 trabajos científicos en revistas internacionales y fue reconocida con el Lifelong Honorary Fellow de la Geological Society of London, siendo la primera sudamericana en recibir tal distinción.

En esta terna de especialistas que desarrollaron sus investigaciones en Neuquén, también fue reconocido el doctor Fernando Novas: “mis investigaciones han rondando el origen de los dinosaurios, su diversificación a lo largo de millones de años, y de cómo algunos de ellos aprendieron a volar y se transformaron en aves”, señaló.
Novas no dudó al afirmar que su amor por la Paleontología tuvo su origen en la niñez, “a partir de la fascinación que me causaron aquellos artículos que fotocopiaba de chico en el museo, uno de los cuales anunciaba el hallazgo del dinosaurio Herrerasaurus, procedente de Ischigualasto (también conocido como Valle de la Luna) en San Juan”.
Luego, él mismo se volvería protagonista de los libros que lo fascinaban. “En 1996, tuvimos la fortuna de descubrir en Neuquén el esqueleto del Unenlagia comahuensis, algo así como un ‘eslabón perdido’ entre dinosaurios carnívoros similares al Velociraptor, y a las aves más antiguas y primitivas”.
El hallazgo fue importante porque se encontró una temática no tratada por paleontólogos locales, afirmó, sino por científicos norteamericanos y europeos. Formó parte también del descubrimiento de representantes de diversos linajes de dinosaurios, como el Megaraptor, un depredador con enormes garras, y el Chilesaurus vegetariano, del tamaño de un guanaco que, “a pesar de haber sido un animal manso y pacífico ha venido a sacudir las ideas acerca de las relaciones de parentesco entre los principales linajes de dinosaurios”.
Cuando se le pidió enumerar sus principales aportes a la área científica, Novas mencionó el “hallazgo de nuevas especies totalmente desconocidas para la ciencia. Es decir, he contribuido con el crecimiento del registro fósil de los animales extinguidos que habitaron Argentina, Chile, Bolivia, Antártida, India y Marruecos”. Pero el aporte más significativo, consideró, fue “haber abierto las puertas hacia nuevas temáticas” en función de los hallazgos realizados. Finalmente, mencionó la trascendencia de sus “interpretaciones” sobre las relaciones de parentesco entre especies de dinosaurios, sus transformaciones anatómicas y el posible influjo de los cambios climáticos y ambientales sobre la fauna de reptiles, aunque admitió que estas “son falibles” y posiblemente serán reemplazadas ante futuras evidencias.
Sobre la experiencia más conmovedora de su vida de paleontólogo, recordó la que tuvo lugar en 2019 en varias exploraciones al sur de El Calafate, Santa Cruz, en tierras con estratos de 70 millones de años. Llegar a la cima de la barranca donde están estas rocas es una aventura que requiere vehículos 4×4. El paisaje es impresionante, relató, con el lago Argentino, el Chaltén y el glaciar Perito Moreno. Las condiciones climáticas son extremas ya que puede llover o nevar. Hay cóndores y águilas, guanacos y pumas. Una expedición a este lugar involucra hallazgos, naturaleza y compañerismo, contó.
Novas es investigador superior del CONICET, se desempeña desde hace 38 años en el Museo Argentino de Ciencias Naturales de Buenos Aires.
También fueron reconocidos por la Fundación Konex los paleontólogos Diego Pol, que formó parte del equipo que descubrió restos del Patagotitan mayorum en Cerro Barcino, provincia del Chubut, aunque el trabajo que más lo impactó fue “cuando encontramos un grupo de 10 dinosaurios preservados en posición de descanso, acurrucados unos sobre otros. Pensamos que era un grupo de individuos jóvenes que murieron durante una sequía hace más de 190 millones de años en lo que es hoy la provincia de Santa Cruz. Era la primera expedición que lideraba y fue un hallazgo espectacular que superó todas las expectativas que tenía cuando fuimos ahí. En esa expedición encontramos también huevos de dinosaurios en el mismo lugar, que años después pudimos analizar con tomografías computadas para descubrir que algunos tenían diminutos huesos de embriones preservados dentro de ellos”.
Pol ha sido galardonado con premios de renombre, como el Humboldt, Houssay, Burmeister y Stipanicic y ha publicado más de 140 trabajos científicos. Su contribución más significativa a su campo científico —consideró— han sido “los estudios que llevamos adelante sobre la evolución de los dinosaurios herbívoros y su gigantismo”. “A lo largo de diversos proyectos pudimos reconstruir su evolución desde sus inicios como pequeños dinosaurios hace más de 230 millones de años, pasando por los primeros gigantes del famoso período Jurásico, hasta los casos de gigantismo extremo que existieron en Patagonia hace 100 millones de años”.

Finalmente, llegó el reconocimiento al doctor Sergio Vizcaino, que también es investigador superior del CONICET, es valorado por su compromiso con la recuperación del patrimonio paleontológico y su contribución a la formación de colecciones de vertebrados fósiles en la Patagonia y Antártida. Es autor de más de 150 artículos científicos y capítulos de libros y se dedica a la “reconstrucción de los modos de vida de vertebrados extinguidos, es decir su paleobiología, y de la estructura de sus comunidades en relación con el ambiente en el que habitaban y sus clima, o sea, su paleoecología”.
“El hallazgo del primer mamífero de los niveles más jóvenes de la Formación La Meseta, en la Isla Marambio, en Antártida. Hacía días que planificábamos esa excursión y pasamos todo el día sin encontrar nada, hasta que encontré un diente poco antes de que llegara el momento de descender al campamento”, relató entre sus trabajos que más lo conmovieron.
“En honor a la verdad, lo que más me conmueve es el trabajo integral que hicimos en las últimas dos décadas en la Formación Santa Cruz, del Mioceno de Patagonia para entender la paleoecología del extremo sur del continente, en un tiempo que habría un calentamiento global parecido al actual. Recogimos miles de fósiles que enriquecen el patrimonio de la provincia de Santa Cruz y nacional, reconstruimos su paleoecología y pudimos calibrar el momento en que comenzó el proceso de aridización de Patagonia que derivó en la conformación actual de su estepa”, indicó.
Allí tuvo la oportunidad, junto a su equipo, de descubrir “evidencias fósiles de un maravilloso ecosistema desvanecido en el tiempo, que cuenta una historia de una Patagonia cálida, de boscosa vegetación, conectada hacia el sur con la península Antártica y finalmente con Australia y Nueva Zelanda. Comenzamos juntando las osamentas de un enorme dinosaurio herbívoro, pero luego comenzaron a aparecer innumerables fragmentos pertenecientes a una tropilla de dinosaurios pequeños. Tirados cuerpo a tierra, y con nuestros ojos puestos en cualquier diminuta esquirla de hueso que existiera en la superficie, dimos con un mundo increíble de pequeños organismos extinguidos: conchillas de caracolitos que hoy habitan zonas tropicales de América del Sur, restos de pequeñas ranas, vértebras de serpientes y huesecillos de aves del tamaño de un gorrión. Dimos también con fósiles de mamíferos no más grandes que un gato, incluyendo el dientito del ornitorrinco más antiguo del mundo, que lo convierte en el remoto abuelo del ornitorrinco que, en nuestros días, habita solamente Australia. Y lo más espectacular: cuerpos de insectos diminutos parecidos a mosquitos y escamas de las alas de mariposas, asombrosamente preservados a pesar de haber transcurrido 70 millones de años. Un verdadero Jurassic Park que recién comienza a develar sus secretos”.
Con información propia, del CONICET y de Infobae.